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La Misión del Docente: Nicanor Pérez 26/06/19

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Claudia era una adolescente de quince años, poseía un carácter dinámico, entusiasta, carismático; era excelente lectora y nadie la superaba en el cálculo matemático.

Cursaba el tercer grado en la Secundaria Ramón López Velarde de Ocuituco Morelos; nunca presentó problemas de indisciplina o falta de cumplimiento en sus responsabilidades como estudiante; a la hora del receso escolar, solía compartir y socializar temas propios de la adolescencia con sus compañeros de salón y algunos otros que por amistad o afinidad incrementaban la concurrencia.

La Maestra Cleotilde, talentosa y entregada a su labor, además de impartirles las clases de Historia y Formación Cívica y Ética, hacía las funciones de Tutora en el grupo de Claudia; por lo que fue la primera en ser informada por dos alumnas del plantel que la alumna referida, estaba introduciendo droga y a algunos compañeros se las vendía; al principio puso en duda la versión, pero le dio puntual seguimiento con discreción y cuando lo confirmó, sintió desilusión y frustración.

Siguió el protocolo interno: notificó a la dirección, se ordenó una visita domiciliaria y estudio socio-económico familiar, para esclarecer los criterios de evaluación y de solución; los vecinos refirieron que el padre se dedicaba a la distribución de mariguana, y por temor no lo habían denunciado; sólo visitaba al hogar de manera esporádica, en ocasiones una vez al mes; la madre en cambio, era una mujer responsable y atenta a sus dos hijos, un varón que asistía a la Primaria y su hija Claudia a la Secundaria.

Con dichos antecedentes, se realizó una plenaria entre los departamentos de trabajo social, psicología, tutora y directivos; se consideró que la alumna podría ser tratada en el interior de la escuela y reforzar en la madre su compromiso de vigilar más de cerca a su menor hija; expulsarla era como arrojarla a un hoyo, estigmatizarla y perder la oportunidad de influir y coberturar su saludable desarrollo.

Se citó a la madre en presencia de la hija y se les mencionó lo delicado del caso; pero que si considerábamos el error o falta cometida al reglamento como parte de la experiencia en su proceso de aprendizaje, haríamos equipo para diseñar un replanteamiento. Omito el sentimiento de culpa y los reclamos de la madre, al padre ausente; se percibió sinceridad en ambas y se ratificó el compromiso de no reincidir en la falta y no disminuir el nivel de cumplimiento en sus deberes de madre y de estudiante; se establecieron los acuerdos y compromisos por escrito: la madre revisaría la mochila de su hija antes de salir de casa y la acompañaría hasta la entrada de la escuela; la alumna en el receso, se ocuparía en una comisión del comedor escolar; ambas asistirían con la psicóloga del plantel, un día a la semana para recibir orientación y apoyo profesional.

Claudia, concluyó satisfactoriamente sus estudios de Secundaria; hizo examen para el siguiente nivel educativo y tenemos fe y confianza que seguirá la ruta de su desarrollo profesional, como a ella misma se lo ha prometido.

El caso relatado, donde se han cambiado los nombres por obvias razones, es un ejemplo más, de las muchas batallas que a diario se libran, en todos los lugares de los diversos ámbitos escolares.

Estoy convencido que los docentes necesitan capacitación permanente, actualización y profesionalización en psicología y filosofía; deben estar preparados para gestionar los conflictos a través de la utilización de la empatía, simpatía y disponibilidad emocional; se debe desarrollar y ejercer la proximidad fraterna profesional; la convivencia en el aula debe tener como eje principal el respeto; debemos ser respetuosos y respetables; no lo seremos si somos irónicos, hirientes, humillantes o sarcásticos; a cada ruptura o confrontación, se deben tender puentes para la conciliación; es la mejor y más eficaz herramienta para imponer disciplina asertiva, proactiva y formativa.

Toda actitud de agresividad o desinterés es señal de necesidad, de debilidad emocional que tiene que cultivarse y reforzarse en el trato fraterno con la comunidad; en determinados casos, se debe brindar el apoyo en privado y con un colegiado. La educación como mayéutica que libera el potencial interior, es un bien común y un derecho universal que se transmuta entre seres humanos.

Los docentes estamos obligados a desafiar a nuestros estudiantes, a fascinarlos y apasionarlos en ese viaje interminable hacia su propio interior, ese universo inexplorado e infinito de riqueza y belleza, que a cada uno corresponde descubrir, decodificar y disfrutar para su propia felicidad y bienestar de la colectividad.

Es una verdadera tragedia que nuestros niños y adolescentes encuentren al seductor de sus emociones e intelecto frente a las pantallas de multimedia o en otros, poco recomendables lugares, y no en nuestros salones escolares. Claro que para quienes manipulan a través de los medios de distorsión masiva; les sale más barato la docilidad de un público, que lidiar con un pueblo libre y crítico; les es más fácil ofrecer un coctel embrutecedor a consumidores compulsivos, que enfrentar a ciudadanos insumisos y reflexivos.

Los trabajadores al servicio de la educación de nuestro pueblo, tenemos una tarea insoslayable: enfrentar con sabia inteligencia, con unidad, vocación y voluntad inquebrantables, a los enfermos de avaricia, que pretenden robarles lo más preciado a las nuevas generaciones; su derecho a soñar, a vivir en saludable armonía, a desarrollarse como seres humanos íntegros, veraces, comprometidos con su propia transformación profunda y universal; capaces de trascender sus propias ofuscaciones y condicionamientos ancestrales y cotidianos.

Es nuestra tarea compañeras y compañeros, rescatar la oriunda labor de parteros expertos y exitosos de los más elevados alumbramientos intelectuales, emocionales y espirituales de nuestros estudiantes; cierto la labor es extenuante, pero también muy inspiradora, noble y gratificante. Recordemos que tiene mayor éxito una actividad, cuando es inspirada en el principio evolutivo: del crecimiento, del desarrollo y máximo bienestar colectivo.

Por Nicanor Pérez

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