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Estreno nacional de La Verità: un festín surrealista

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La Compagnia Finzi Pasca —cofundada y dirigida por Daniele Finzi Pasca, el director escénico más importante en el mundo—, llevó a cabo, en el Teatro Ocampo de Cuernavaca, Morelos, la primera función de su obra teatral La Verità en nuestro país. A las 20:00 horas del 10 de abril, siete pequeños huevos situados delante del telón, al borde del escenario, recibieron al público.

Las luces del teatro se desvanecieron poco a poco y los huevos se encendieron con un pálido brillo. Entonces, un señor de cabello cano, bien vestido, avanzó hasta el centro del escenario y anuncio que el telón de “Francisco” Dalí, ese invaluable artefacto histórico por el que la mayor parte de la audiencia había volteado los ojos hacia La Verità, sería vendido a precio de remate en una subasta caritativa en beneficio de los artistas decrépitos; la subasta se realizaría ahí mismo, y nosotros éramos los compradores.

El concepto detrás de La Verità es, como su nombre lo indica en italiano: la verdad. ¿Qué es la verdad? Una buena pregunta. Sea lo que sea la verdad, es cosa de cada quien y, por esa misma razón, dar cuenta del sentido, la trama, la estructura narrativa y el significado de lo que sucede en escena durante este asombroso espectáculo es una tarea enormemente arriesgada y difícil, por no llamarla condescendiente, siempre escasa e insuficiente. La Verità es un festín para el inconsciente, un paseo onírico inexplicable y gratamente vigorizante.

Con trece actores multifacéticos e increíblemente multidisciplinarios en escena, La Verità se sirve de una multitud de símbolos para realizar su tarea: sombreros napoleónicos revestidos de espejos y brillantes, tocados de plumas blancas, infinidad de vestidos majestuosos y tutús portados por hombres o mujeres, pianos cubiertos de mantos que se deslizan fuera del escenario por su propia voluntad, música hipnótica, rinocerontes, contorsiones ejecutadas con pasión desbordada, la Danza del hada del ciruelo de Tchaikovsky ejecutada con copas de cristal, espirales de ADN suspendidas en el aire escaladas por acróbatas como si fueran escaleras, un prisma triangular, un ojo, dulces de menta que nos enseñan el sentido de la vida. Todo ello expresado en un lenguaje inexistente, metamórfico, un híbrido de italo-español con inglés y fransuizo salido de un sueño inconexo. Un sugerente paseo por el espíritu inquieto y trascendental que habita en todos nosotros.

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