Por: Isaías Cano
Una tempestad política se ha desatado en Morelos. Con truenos y relámpagos. Y las cosa no son para menos, dado que conflictos políticos y sociales en este territorio han escalado de tal manera que hoy la entidad es nota sobresaliente en medios nacionales, siendo el motivo de tal convulsión el hartazgo de segmentos mayoritarios de población entre otros, la Comunidad Universitaria Morelense, hacia quien encabeza la actual administración pública, el perredista Graco Ramírez, gobernante al que se le señala como causante de graves daños sociales, económicos, de inseguridad y de hallarse rota la paz y tranquilidad social en este estado.
Este clima de ingobernabilidad e inestabilidad y enfado social que vive Morelos es producto de la impericia y tozudez de quien prometió mucho y ha cumplido poco o nada, si se toma en cuenta el cúmulo de quejas y padecimientos que cotidianamente se escuchan en boca de nutridos núcleos de habitantes, quienes en estos días se han manifestado por decenas de miles demandando la renuncia del gobernador Ramírez Abreu, quien por supuesto, niega las imputaciones y describe un panorama color de rosa que solo el mandatario ve junto a sus incondicionales en el poder y los abyectos periodistas y columnistas a sueldo.
El clima político y social que se percibe en la capital es tenso. El palacio de gobierno y el Congreso han sido tomados por integrantes del Frente Amplio Morelense, quienes ya entablan pláticas en Gobernación con tres demandas básicas: la renuncia del gobernador, el advenimiento de un gobierno de conciliación y el desconocimiento de Poderes, que simbólicamente ya se han sido desconocidos.
El ambiente continúa caliente, incierto. Se percibe un vacío de poder, dado que para el FAM y para observadores y ciudadanos, tanto autoridades del Ejecutivo como integrantes del Legislativo hoy han perdido autoridad.