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Detrás de la Ciencia | Regreso a la normalidad: juego de tontos

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La pandemia COVID19 nos ha develado las deficiencias que tenemos como civilización, llegando hasta el tuétano de nuestras comunidades. Deficiencias convertidas en mortales grietas que devoran nuestra esperanza de superar esta pandemia con ética y dignidad. La pobreza y desigualdad desatendidas, la corrupción voraz y la cínica impunidad, los monopolios destructivos de las economías locales, las deficiencias del sistema de salud hecho para atender enfermedades y no para prevenirlas, y una clase política alejada de las necesidades más básicas de los ciudadanos. Estas son solo algunas de las fallas preexistentes que ahora se han exacerbado y ocultado artísticamente, ampliando aún más la brecha entre la tragedia y la situación ideal en la que quisiéramos estar.

Es crucial plantear a esta pandemia como una oportunidad creativa e innovadora para transformar a nuestro país, ¡caray, a nuestro planeta entero! Aunque ello suene ambicioso, es posible, sin embargo, tenemos que partir de un intenso trabajo desde el núcleo social devastado, es decir desde nuestras familias y nuestras comunidades. ¿Sí sabemos que están devastadas, cierto? ¿Pretenderemos que todo va bien?

Lo primero es dejar de pensar equivocadamente que la pandemia nos ha arrebatado una “normalidad” deseable y engañarnos en que hay que recuperarla, cuando en esa normalidad del pasado habitan justamente las causas de las tragedias que hoy nos atormentan. Cuando esa normalidad estaba profundamente viciada con defectos estructurales que hoy nos han puesto de rodillas ante un ente invisible. Aún así, no se equivoquen, el virus no es el enemigo y la solución real no es el gel y las mascarillas, esas solo son respuestas limitadas, no caigamos en ese juego, cualquier otro desastre natural global pudo haber ocurrido, cuyo origen y efectos serían igualmente resultado de una sociedad devastada en sus valores, vertida a perseguir un ideal materialista deshumanizado y ecocida.

Ciertamente debemos plantearnos el regreso a una normalidad, pero entendiéndola como una nueva relación entre nosotros y entre nosotros y la naturaleza, generada desde un genuino cuestionamiento de si es inteligente continuar persiguiendo los mismos objetivos y usando los mismos métodos. Aprovechemos la pandemia para cuestionar los fundamentos de nuestra civilización y el camino que hasta ahora sigue persiguiendo, frente a una fuerte llamada, no la primera, de que muy posiblemente es un camino hacia la extinción. Cuestionemos la forma en que estamos consumiendo nuestra vida y nuestro entorno.

En este sentido, no nos equivoquemos, no simplifiquemos, evitemos “medicalizar” la realidad e idealizar la normalidad del pasado, una que debieramos rechazar enérgicamente. Paradójicamente, la infección viral y la comprensión médica y científica que se ha vertido hacia ella, no es más que un aspecto mínimo de una realidad compleja que hoy estamos viviendo y que nos oculta el orígen de la misma, es decir, la normalización de la devastación política, económica y social en las que cotidianamente conviven la violencia estructural, la corrupción, la impunidad, la discriminación, la destrucción de la paz y la atomización de la dignidad.

Por ello, es una trampa mortal el reducir nuestra consciencia a este ejercicio cotidiano en el que se ha convertido el conteo frío y metódico de personas infectadas y de críticas estéticas a las curvas epidemiológicas. Ello no es más que una estrategia de control de masas, detrás de la cual se ocultan las negligencias del pasado y del presente, errores que hoy están costando vidas, pero no sólo en lo hospitales y no solo de personas infectadas, miles de muertes más, invisibilizadas, responden a las mismas causas que se originan desde la realidad compleja que continuamos negándonos a enfrentar.

La tragedia del COVID19 no es resultado del virus propiamente, resulta de un sistema político y económico del que fue engendrado, fiel a su imagen, un sistema de salud corrupto y cínico. Que también ha engendrado un orden político incompetente, donde los municipios, los más cercanos a la población, están hoy de rodillas, incapacitados en la práctica de poder resolver sus problemáticas estructurales, resultado de una gradual destrucción de su autonomía, una que ha quedado reducida a niveles tales que hoy condenan a los presidentes municipales a ser incapaces de salvar las vidas de sus gobernados y a tener que ponerse en manos de lo que dicen en la capital, cual pueblo bicicletero. Todo ello, resultado de la tiranía de presidentes y gobernadores incapaces de construir un verdadero Estado democrático y de alcaldes que se dedicaron a robar lo poco que quedaba para el pueblo.

¿Qué hacer? No resolvamos con las soluciones de siempre, ni dejando que los mismos, los de arriba, lo resuelvan todo. Realicemos un cuestionamiento sensato a los valores que hoy definen nuestra civilización y hagamos consciencia de que nos equivocaríamos en querer retomar el camino trazado en el pasado. Acordemos, por ejemplo, que no podemos normalizar la virtualización de las relaciones humanas que están atomizando la consciencia colectiva y activa. Acordemos debatir la tentadora virtualización masiva de la educación y regulemos el uso de las herramientas virtuales, sin condenarlas por supuesto.

Si bien las herramientas que crean mundos virtuales nos permiten transitar crisis y optimizar procesos, no debemos permitir que nos definan, pues arriesgamos perder nuestra capacidad de pensar, en ser pericos replicadores de los ecos de las redes sociales y en sentirnos incómodos en la soledad de nuestros pensamientos o en la compañía fraterna de otro desdichado. Un mal uso y propagación de la virtualización como medio para comprender la realidad, corre el riesgo de desarticular las comunidades, de marginarlas y de atentar contra su lucha por la dignidad y de alejarnos del principio de cuidarnos juntos y entre los que más cerca estamos.

El pretender, por ejemplo, que las redes sociales sean baluartes de la democracia y la acción social es un discurso peligroso, bien pueden ser el ultra-artefacto de control psicológico. La virtualización de una era post-COVID19 alberga el riesgo de propiciar esquemas autoritarios, en los cuales la ciudadanía, ante el miedo y su incapacidad de articularse, esté dispuesta a ceder gustosamente el control a los poderes políticos y económicos por sentir que ahí está la seguridad, aunque la vida se convierta en un recinto sin libertad ni creatividad, aunque mi vida se convierta en consumidora de otras.

Ante ello, debemos reconstruir y reformular nuestras relaciones familiares y comunitarias, bajo esquemas innovadores en los que definamos juntos proyectos de vida, pero no bajo esquemas importados. Coloquemos la mirada en lo que merece ser visto y no en abstracciones que alejan nuestra consciencia del necesario debate sobre el dolor que inunda a nuestra sociedad y de nuestra culposa corresponsabilidad en su impartición a los más vulnerables.

Movamos el seso por el bienestar común, respetando las diferencias y dialogando con el otro, con mi padre, con mi hijo, con mi vecino, con mi diputado y gobernador. Exigiendo reciprocidad para reconstruir juntos, exiliando a quienes se exhiban desde el poder como destructivos antisociales, pero también educando a nuevos ciudadanos para que se conviertan en sus más fervientes protectores.

Insisto, el enemigo no es el coronavirus, es la estructura social deficitaria, tan desigual, tan tirana, tan elitista, tan discriminadora, tan individualista. El enemigo somos nosotros, es nuestro egoísmo y ambición, son nuestras estrategias explotadoras y de abusos mutuos, es el preferir beneficiarnos personalmente en vez de ayudar cuando tenemos el poder de hacerlo, ese es el problema profundo que tenemos que enfrentar. Que les quede claro, el coronavirus será destruido, pero ¿habremos destruido la pobreza?, ¿la falta de acceso a la educación? ¿la violencia? o esa seguirá siendo la normalidad por defender.

¿Podremos tener la fuerza de construir un nuevo presente que nos lleve hacia un futuro distinto? ¿Comprenderemos que el virus resulta de nuestra conducta ecocida? ¿Que hemos destruido hábitats que debimos respetar, enfermándonos y enfermando aquello que debimos mantener en su espacio? No lo sé, quiero que así sea, ¿ustedes lo saben? ¿lo quieren?

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