El origen de los romeritos se remonta a la cuenca de México, en la época en la que los aztecas comenzaron a descubrir distintos ingredientes a base de prueba y error.
Descubrieron que la maleza que invadía sus milpas era además de deliciosa muy nutritiva. Acostumbraban a consumirlos hervidos y bañados en salsas hechas a base de vegetales. Pero este platillo no siempre fue tan querido.
Durante la época del virreinato, no fueron bien recibidos por los españoles ya que consideraban que no tenían razón alguna para comer “maleza”. En general los quelites fueron reprimidos de la gastronomía mexicana por no ser aprobados por la burguesía europea.
Se dice que un día en el templo de la Soledad, la madre superiora anunció a las religiosas que estaban pasando por una dificultad económica en el convento, por lo que se debían de economizar los platillos de diario. Por lo que, en vez de molestarse, las monjas decidieron poner su creatividad a trabajar y crearon un platillo en el que se aprovechaba todo lo que había en sus alacenas, romeritos, papas, nopales y mole. A este platillo lo nombraron como “revoltijo”. Al momento en el que las superioras lo probaron, quedaron sorprendidas y enamoradas, por lo que decidieron compartir la receta con el resto de la ciudad y fue tal su éxito que en muy poco tiempo ya era sumamente famoso en todo el país.