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«Una familia para cada cual» la columna de Quirón desde la tierra del Chinelo

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Marchas y escándalos. No se entiende qué es, de fondo, una familia. Los cavernícolas a quienes sólo les falta un cono de Ku Klux Klan en la cabeza, sorprenden por la cerrazón con la sostienen que no puede existir una estirpe si dos hombres o dos mujeres contraen matrimonio y adoptan a un pequeño o una pequeña. Esto por el avance de la legalización de los matrimonios homosexuales en México. En Morelos, por decir algo, es legal que dos personas del mismo género se casen. La decisión fue tomada y ni fu ni fa. No pasó gran cosa. No hay cambios de fondo, aunque el Gobernador de esta identidad así lo diga y acuse a la Iglesia de armar un complot en su contra por ese tema. Gajes del oficio, diría, de todos lo que en esta tierra sienten pasos en sus azoteas y denuncian sus persecuciones.

    Volvamos a lo de la familia. Damos por hecho que uno se siente parte de ella cuando está con personas cuyo amor es incondicional y cuyo apoyo mutuo es fundamental. Hay familias construidas, quizá las más sólidas, desde la elección consciente. Quiero decir que uno sí puede (y debería) escoger a sus hermanos, padres y primos postizos, así como a sus compañeros sentimentales, aun cuando esta última opción sea la única que permite el patriarcado. Entonces, si somos libres de elegir a la persona con la que unimos nuestra vida, ¿por qué negarnos el hecho de adoptar hijos u otros familiares? La consanguineidad no lo es todo. A veces resulta producto de un accidente o de azares nunca comprendidos.

La religión hace posible que nos resignemos y creamos historias sin sustento racional. La religión, ese opio amargo, nos obliga a amar a gente a la que, con el paso del tiempo, podemos no tener nada en común. Así, crecemos y vivimos obligados a “querer” a personas que a veces ni conocemos o cuya represión, mandatos y absurdas responsabilidades coercitivas, nos hacen daño. Sí, no todas las familias son un infierno, pero tampoco un paraíso constante. Es más, hay familias que no lo son legítimamente porque el nombre les queda chico, porque no se comportan como tales, porque el apoyo en su sistema no existe. Se estima que más del 65% de las familias en México son disfuncionales, ¿eso es lo que defienden los iracundos católicos que marchan exigiendo hombres y mujeres sólo casados con hombres y mujeres?, ¿en qué siglo oscuro se quedaron? Olvidan lo elemental: el amor no se impone ni se diseña, no es una idea controlada, aunque se le intenta normar de mil maneras distintas. Octavio Paz decía que el verdadero amor casi siempre es arbitrario, termina con las etiquetas, se ríe de su ingenuidad. Cuando dos se aman, la familia se da por añadidura, como un plus que sorprende e ilumina, no como un requisito por cumplir.

      En este mundo del espectáculo, donde priman las apariencias, donde la imagen lo es todo, donde es necesario parecer en vez de ser, el cuento de la familia feliz nos lo hemos tragado, o, mejor dicho, el cuento de la familia tradicional que, si no opera de ese modo, no puede ser. Error. Si comenzamos a negar los derechos de la vida privada, si pretendemos entrar a las alcobas y las cocinas, si nos sentimos incluso con la autoridad moral de hacerlo, comenzamos a navegar en aguas muy podridas, en el océano de la intolerancia, del fundamentalismo, de la cruz asesina.

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