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«Vaivenes de la guerra contra las drogas» la columna de Gustavo Gutiérrez

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Por: Gustavo Martínez González

La incursión de México en el mapa internacional de la distribución de drogas tuvo su momento estelar durante la Segunda guerra mundial. Los requerimientos de morfina de los ejércitos aliados para paliar los dolores de los millones heridos en batalla generó la necesidad de un polo de producción de opio alterno a Afganistán, territorio por aquel entonces afín a la política exterior alemana y decididamente antibritánico. El cultivo de la amapola en México había sido introducido por los inmigrantes chinos, en Sinaloa, Michoacan, Guanajuato, Guerrero y Oaxaca. Había fumaderos de opio en Juaritoz, en Tijuana, en Mexicali e incluso en la ciudad de México, en la calle de Mesones.

En el periodo de la posguerra, el uso medicinal de los opioides fue lenta pero progresivamente rebasado por los usos recreativos, poderosamente impulsado en la década de los sesenta por movimientos contraculturales impulsados como la generación beatnik, los hijos de las flores, los Beatles, Andy Warhol, Timothy Leary y Aldous Huxley. El mercado de las drogas ilegales, tan clandestino como lucrativo, ha tenido desde entonces un explosivo crecimiento, en manos de mafias y carteles y con la ayuda política y financiera de los grupos de poder económico y político. Al opio se ha sumado la marihuana, antaño tan casera, la hoja de coca y las drogas de diseñador.

En el México presidencialista, la relación entre carteles de las drogas y clase política era exclusivamente controlada desde Los Pinos. Era con el presidente de la república con quien había que negociar los términos y los alcances del cultivo, la producción y la distribución. Incluso en la época de la Operación Condor, estrategia de erradicación de cultivos de plantas productoras de drogas, coordinada desde el Pentágono y con el concurso de los ejércitos nacionales de todo el subcontinente, los presidentes mexicanos acordaban con el secretario de Defensa cuáles territorios había que atender y cuáles habría que desatender. La maquinaria funcionaba con precisión en cada una de las fases del ciclo económico. Pese a los millones invertidos en el combate a las drogas, que en aquel entonces no alcanzaba el estatus de guerra, las toneladas de heroína, cocaína, metanfetamina y marihuana llegaban sin cesar a los mercados europeo y estadounidense.

La alternancia en la presidencia de la República provocó una alteración importante en este mecanismo económico. La falta de control monolítico de los presidentes Fox y Calderón que caracterizaba a los mandatarios del revolucionario institucional provocó el fraccionamiento de los territorios de producción, procesamiento y trasiego. Desde entonces, los carteles comenzaron a negociar directamente con los gobernadores de los estados, a cooptar policías estatales y municipales y a enfrentar con poder de fuego a los cuerpos federales.

En Morelos, los gobernadores Estrada Cajigal y Adame lograron negociar exitosamente con los carteles nacionales. Cedieron totalmente el control de los cuerpos de seguridad estatales e hicieron caso omiso de las evidentes complicidades de las policías municipales, que fungían como halcones y servicios de acompañamiento vial. Los jefes policiacos de Cuernavaca y Morelos enfrentaron procesos por delincuencia organizada. Hay extraviados que añoran aquellos tiempos y lo expresan en sus redes zoociales.

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