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La crisis que no queremos ver…

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Por Enrique de J. Rodríguez Escudero

No me queda muy claro por qué, pero es evidente que una inmensa mayoría de la población del mundo no está dispuesta a aceptar, o peor aún, no es consciente de que el planeta se encuentra frente a una de las peores crisis medio ambientales en la historia de la humanidad.

En la antigüedad, resultaba hasta cierto punto lógico, no tener conocimiento de las repercusiones que traería para los asentamientos humanos, el uso excesivo de los recursos naturales; faltaba información científica, de hecho, se estaba construyendo; por otro lado, la transmisión de esa información no llegaba de manera expedita a las poblaciones que, dicho sea de paso, tampoco estaban preparadas para entender qué hacer con esos datos.

La peste negra en la Edad Media, la gran contaminación generada por la quema de carbón durante la Revolución Industrial, así como el crecimiento exponencial que sufrió la población mundial, justo a partir de ese fenómeno socio-económico, la basura generada por las grandes guerras e incluso la basura espacial, producto de nuestro deseo incontenible por conquistarlo todo, parecen no ser antecedentes graves, que nos lleven a la reflexión de cuánto daño le hemos ocasionado al único planeta que tenemos para vivir.

Sí la crisis es mundial, sin embargo, si nos detenemos a pensarlo un momento, es solo la consecuencia de la sumatoria de las grandes crisis locales, y es aquí en donde quiero concentrar mi reflexión.

Yo llegué a la Ciudad de Cuernavaca en febrero del 2004, entonces, digamos que me reencontré con ella; mis antecedentes de juventud fueron como los de casi todos los capitalinos, Cuernavaca era un paraíso, para cuando decidí establecer aquí mi residencia, aquel paraíso ya tenía muy avanzado un proceso de deterioro que hoy, lamentablemente no ha visto ningún tipo de control, y peor aún, parece no importarle a nadie que ese control exista; vale la pena reconocer los esfuerzos que han llevado a cabo algunos grupos de ambientalistas, pienso por ejemplo en la batalla que dio la ciudadanía frente al atropello infame que fue la destrucción de los jardines y de algunos objetos arquitectónicos de gran valor histórico, que existieron en el famoso  “Casino de la Selva”, terrenos que hoy ocupan grandes tiendas de autoservicio con sus respectivas planchas de estacionamiento.

En el mismo caso, están la barranca que fue sepultada bajo la plancha de estacionamiento del SAM´s de avenida Vicente Guerrero y muchos años antes tenemos el asunto de lo que le ocurrió al hermoso huerto que ocupaba los terrenos sobre los que hoy luce abandonado e inmundo el Mercado Adolfo López Mateos. Casi podría yo asegurar que detrás de cada “gran obra” de infraestructura comercial existe un gran ecocidio.

Más recientemente, se ha llevado a cabo una destrucción en menor escala pero no por ello menos importante, el “silencioso” crecimiento de las llamadas tiendas de conveniencia, farmacias y ahora por si no lo habían notado, un excesivo desarrollo de gasolinerías, se suman al proceso de destrucción del espacio urbano vital, ante los esfuerzos insisto, inútiles de vecinos o como mencioné antes de los colectivos de ambientalistas.

Mención aparte tienen los “desarrollos habitacionales” que, en complicidad con autoridades municipales y estatales, – depende claro de la escala de la que hablemos – se construyen al margen de la ley, incrementando las dotaciones de agua y claro saturando las capacidades de los colectores municipales si es que existen; en caso contrario, son contados los desarrolladores que implementan plantas tratadoras de aguas residuales, los más recurren a los campos de oxidación que por ley, hace años están prohibidos. En este mismo sentido, no son pocas las construcciones regulares o como abundan, asentamientos irregulares, que desde las laderas de las más de doscientas barrancas que atraviesan la ciudad, lanzan sus desechos sólidos o los drenajes de sus propiedades hacia éstas, situación que hoy, debería ser considerada ya como una emergencia.

Como si no fuera suficiente, el incremento en el parque vehicular, el pésimo control de los estados que muchos de estos guardan, un sistema de transporte colectivo ineficiente y obsoleto, así como calles y avenidas en pésimas condiciones, suman a la catástrofe ambiental, un aire que difícilmente cumple con los estándares de calidad que se requieren; en la primavera recién pasada, Cuernavaca alcanzó niveles inaceptables de partículas sólidas contaminantes.

En resumen estimado lector, nuestro Planeta y nuestras ciudades, se enfrentan ya lo decíamos, a una de las crisis medioambientales más graves de nuestra historia, en el caso particular de Cuernavaca, llama poderosamente la atención que, mientras en otros sitios incluso dentro de la república mexicana, se llevan a cabo, pequeñas acciones ya no digamos para revertir, pero que sí intentan mitigar el grave procesos de deterioro, acá no exista por parte de ninguna instancia de gobierno el menor atisbo de preocupación. Partidos y colores van y vienen y no hay manera de lograr siquiera alguna iniciativa que nos deje ver que están trabajando en ello.

Me sorprende también que las instituciones educativas del nivel que se quiera, tampoco hayan llevado a cabo un manifiesto serio y comprometido al respecto, la situación me parece de la más relevante emergencia. Y es, absolutamente inaceptable que a nadie le importe, me resisto a aceptar que como sociedad, que como habitantes de esta porción del territorio nacional, no nos hagamos corresponsables y asumamos que es nuestro deber mantenerla. La situación es impostergable, la crisis está ahí, pareciera que nos mira todos los días en espera de alguna muestra de respeto y atención. Salvo su mejor opinión, es urgente dar señales de que merecemos un lugar en este espacio, no dejemos que sea la naturaleza la que nos reclame porque de ser así, no habrá lugar para refugiarse.

 

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erodriguez@360atlr.com.mx

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