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Los quinametzin, la asombrosa raza de gigantes que vivió en México

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En la cosmogonía azteca, los quinametzin eran gigantes que habitaron en la era de Atonatiuh, el Sol de agua

Las crónicas de los evangelizadores en la Nueva España e historiadores novohispanos cuentan que en tiempos remotos hubo gigantes en lo que hoy se conoce como México. Los llamaron quinametzin, un término empleado en la mitología mesoamericana para personas de gran altura.

En la cosmogonía azteca, los quinametzin habitaron en la era de Atonatiuh, el Sol de agua en la mitología mexica, que concluyó con inundaciones.

Luego de la conquista, se hallaron huesos muy grandes. Un relato del fraile Andrés de Olmos, famoso por su labor como filólogo del náhuatl, huasteco y totonaco, cuenta que en el palacio del primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, se encontraron huesos de un pie humano donde cada dedo medía casi la palma de una mano.

De Olmos nació en España a finales del siglo XV y vivió en la Nueva España entre 1528 y 1571. El fraile escribió sobre semi gigantes en su época en lo que hoy es Cuernavaca, Morelos y en Tecalli, Puebla.

El vocablo quinametzin es el plural de quinametli y se traduce al español como gigante. También es el nombre con el que diversos autores han bautizado a los primeros habitantes de México.

En el Códice Zumárraga explica que para los indígenas, los gigantes fueron creados por los dioses y perecieron en la catástrofe de Atonatiuh, una supuesta gran inundación en la zona montañosa de Tlaxcala.

Pero esta es una forma mítica e incluso metafórica de decirlo, pues investigaciones posteriores indican que los quinametzin fueron destruidos por un grupo de mercaderes provenientes de la costa quienes lucharon por el poder y la tierra que ellos habitaron.

Los historiados novohispanos refieren que fueron destruidos por los olmecas-xicalancas, quienes llegaron a Tlaxcala después del 200 antes de Cristo aproximadamente.

El grupo provenía de alguna parte del Golfo de México, eran mercaderes y poblaron los valles y montañas de Tlaxcala, Huejotzingo y Cholula. El historiador novohispano Mariano Veytia cuenta que cuando ocuparon las riberas de Atoyac, los olmecas-xicalancas se encontraron con gigantes desnudos y despeinados que cazaban aves y animales terrestres y comían frutas y yerbas silvestres.

De acuerdo con Veytia, en el año 107 después de Cristo, los olmecas-xicalancas pagaron tributo a los quinametzin, hasta que se hartaron y les tendieron una trampa para matarlos. Prepararon un banquete en su honor y esperaron a que estuvieran ebrios para acabar con todos.

Los gingantes apareceren en varios códices de frailes: en el de San Juan de Zumárraga, el Florentino (dirigido por Bernardino de Sahagún) o el de Vaticano; y en escritos de fray Andrés Olmos o fray Diego Durán.

Los frailes buscaban explicaciones para los edificios de gran tamaño dedicados a los dioses indígenas. De acuerdo con la revista de Arqueología Mexicana, los evangelizadores atribuyeron la construcción a las pirámides más grandes, como la de Cholula, a los gigantes.

La Biblia les dio la idea de que los creadores de esas grandes edificaciones podrían ser seres similares a los descritos en pasajes biblícos: el Goliat contra el que lucha David u otros relatos donde el triunfo de una persona se ve realzada por vencer a individuos superiores en tamaño y fuerza, explica la publicación.

La revista especializada señala que hasta ahora no se conocen casos de grupos enteros que tuvieran ese patrón en su estatura. Los huesos hallados por conquistadores en Tlaxcala y por De Olmos en el palacio del virrey Mendoza eran de animales, solo que la paleontología del siglo XVI no estaba tan adelantada para darse cuenta que no eran fósiles humanos.

Con información de Infobae

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