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Todo se repara, menos lo irreparable

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Por: Paco Santillán 

Cuando vi las protestas de los grupos feministas que se manifestaban ante la violación de una muchacha en la Ciudad de México, les confieso, no tuve mucha empatía con las formas, no así con el fondo. El fondo lo entendía a la perfección; sin embargo, la forma me parecía innecesaria y poco eficaz: ¿Cómo lograr la solidaridad social basando la protesta en violencia? De hecho, una de las máximas de los grupos radicales y fascistas es infiltrar grupos de choque a manifestaciones con una causa justa para no lograr la aceptación y la solidaridad social.

La verdad es que nunca he sido muy partidario de los movimientos radicales, mucho menos violentos. Incluso, alguna vez discutiendo con el ex Rector Vera (partidario de la teoría del conflicto) debatí con profundidad ante su argumento de que sólo mediante el conflicto, la polarización y, a veces, la violencia, las cosas cambian. Nunca he pensado así…

Durante estos días he escuchado toda clase de argumentos por lo sucedido en la Ciudad de México… muchos de ellos basados en la lógica, la revancha, el enojo, la incomprensión y hasta en la justicia reparadora mediante la violencia. Sin embargo; no logré tomar una posición en torno a este conflicto sino hasta que platiqué con la mujer más sabia que tengo cerca: mi esposa.

Ella fue determinante cuando me dijo: ¡es que estamos hasta la madre de vivir con miedo! Los monumentos se reparan, las puertas de los locales se pintan de nuevo, el pelo del funcionario teñido de morado se lava… una violación no se repara con nada. Me contaba cuando era niña la manera en que iba en el transporte público con temor, el pánico a caminar por la calle y no saber con qué clase de imbécil se podía topar, la impotencia del miedo de que un estúpido, cuyo único mérito es tener más fuerza física, pretendiera propasarse y marcar toda su vida… ahora imagínate que esto lo hiciera alguien cuya obligación es cuidarnos y en quien el gobierno (o sea, nuestros impuestos) lo entrenaron para temas físicos. Me quedé sin palabras.

En 1991, en Los Ángeles, se reportaron los disturbios más fuertes en la historia de esa ciudad. La razón: policías agredieron a Rodney King, taxista afroamericano. La comunidad, harta de los abusos contra ellos, salió cansada a demandar justicia. Y la obtuvo por la fuerza.

Cuando la autoridad pierde el respeto, la única defensa que los ciudadanos tenemos es la manifestación… todos quisiéramos que fueran pacíficas, pero muchas veces es demasiado el dolor acumulado. Mi esposa me dio una lección y me hizo entender, bajo sus posibilidades, lo que marca a una mujer la violación… ¡y es cierto! Todo se repara menos eso. Ojalá estas protestas tengan un fin renovador y, de una vez por todas, erradiquemos esa mentalidad machista y abusadora de la cultura mexicana.

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