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Más árboles, menos autos…

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Por Enrique de J. Rodríguez Escudero

En días pasados la prensa local dio a conocer la notica de que el órgano ejecutivo, a través del Periódico Oficial “Tierra y Libertad”, modificaba el reglamento de estacionamientos para la ciudad de Cuernavaca. Dicho ajuste de ley, sugiere que los establecimientos comerciales y plazas, otorguen de manera gratuita de una a tres horas de estacionamiento para sus visitantes. Además, los establecimientos estarán obligados a proporcionar seguridad a los vehículos de sus clientes.

La nota podría parecer una buena noticia, sin embargo, a un servidor le llama poderosamente la atención un tema, déjeme explicarlo.

La mayor parte de estos centros comerciales, ya sea de gran escala como es el caso del Centro Comercial Averanda o Galerías Cuernavaca, o de mediana y pequeña escala, como son  los casos de las innumerables placitas comerciales, farmacias y/o tiendas de conveniencia que respectivamente abundan en la zona metropolitana; todas ellas sin excepción, han logrado los permisos de construcción, sin que a absolutamente a ninguna autoridad y en muchos casos, muchos habitantes, les haya importado en absoluto el ecocido que representan.

En algunos casos, cito por ejemplo aquel terrible abuso que se cometió con los terrenos de lo que fuera el “Casino de la Selva”; hubo un forcejeo importante entre la ciudadanía comprometida con el ambiente y la autoridad que, claramente cedió ante las presiones de los inversionistas; hoy, aquel escándalo ha quedado en el pasado, como quedaron también olvidados la flora y la fauna de aquel majestuoso lugar, convertido hoy en una plancha de asfalto que resguarda los autos de un desafortunado pero muy copioso grupo de inconscientes consumidores.

Los casos hasta hoy, se cuentan por cientos, quizás miles, repito en distintas escalas pero con el mismo asunto de fondo: a la ciudadanía y peor aún, a nuestras autoridades, les tiene más preocupada la situación de sus autos que de sus árboles.

Los casos de deforestación que señalo, han sido documentados, una y otra y otra vez por una cantidad también muy importante de grupos de ambientalistas, que también hay que decirlo, han dado muchas batallas, pero insisto, hasta la fecha, no se tiene ningún reporte de alguna acción preventiva o restrictiva por parte de nuestras autoridades. Son muy pocos los ejemplos de reforestación si los comparamos con los datos de la destrucción. Cómo olvida por ejemplo, la poda incomprensible desde la razón, a aquel laurel de la india en Río Mayo para que luciera el espectacular de una famosa cadena de súper mercados gourmet.

Los excesos cometidos por los inversionistas han sido, en todos los casos, autorizados y soslayados desde las distintas administraciones que han atravesado el Ayuntamiento y/o el Gobierno del Estado y ocurren lo mismo en Cuernavaca que en Cuautla o el municipio al que estos depredadores le hayan puesto el ojo. Lo que resulta verdaderamente alarmante es que no exista en el mediano plazo una iniciativa, una instancia o un ente de gobierno al que esta situación le agobie, ciertamente y queda claro que, lo que verdaderamente importa son sus bolsillos.

De manera sistemática y sin que medie ningún tipo de prudencia, los permisos de construcción se siguen otorgando. Claro que hay simulación, y claro que la autoridad se escuda en que todos y cada uno de aquellos ecocidas han presentado en tiempo y forma el famoso “estudio de impacto ambiental”, una farsa, una auténtica tomadura de pelo, diseñada y construida desde las entrañas de la misma autoridad, que conoce la ley y que busca los famosos “vacíos” para ver la manera de estirar la liga y “cumplir” con el requisito. Como si a la naturaleza le fuera suficiente con sus estrategias leguleyas.

No se trata de construir un futuro para nuestros jóvenes o nuestros niños, esa cantaleta aburre y suena a cinismo y politiquería,  se trata de hacer verdadera conciencia y de entrar en sintonía con el gravísimo problema por el que atraviesa el planeta hoy.

Cuando decimos que se siguen construyendo ciudades para los autos, estamos negando nuestra absoluta responsabilidad para con la ciudad, porque vamos a ver, los autos no se manejan solos, dentro de cada artefacto va, por lo menos un individuo que al estar en la ciudad es automáticamente un habitante, y la obligación de aquel es atender el bien común, ese que parece que hemos olvidado pero que es el que permite la sana convivencia; no solo con los otros sino con el ambiente. El grave problema al que nos está llevando este crecimiento absurdo del parque vehicular en las ciudades, es que hemos perdido por completo el sentido del aprecio por el espacio natural y que es del que nuestros organismos dependen.

Permanecer expectantes y aplaudir iniciativas como la que han autorizado nuestros gobernantes en materia de estacionamientos, nos envilece como especie y nos hace absolutos merecedores de la patética realidad en la que vivimos.

Las ciudades, que son, el espacio urbano en el que ocurre toda nuestra vida, no pueden romper la relación indispensable con el ambiente, el agua, el aire, la flora y la fauna son determinantes para nuestra salud física y mental, y es por ello que recuperar el equilibro es vital, por eso el llamado es hacia la cordura; debemos ser los protagonistas de un cambio, uno de fondo, que privilegie el bienestar de todos y en ello tendríamos que concentrar todos, todos nuestros esfuerzos, exigir en principio a nuestras familias, a nuestros vecinos y desde luego a nuestras autoridades que se respete al medio ambiente es una tarea que debemos asumir como urgente y repito impostergable.

Piénselo usted muy bien, porque si usted tiene más aprecio por su automóvil, que por un árbol, entonces el problema es más grave de lo que parece y entonces sí, los humanos mereceríamos desaparecer.

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