¿Qué pasa en un incendio cuando las llamas superan una y otra vez los cortafuegos que levantan los equipos de extinción? Que el fuego no está controlado, obviamente. La noticia de que Juan Carlos de Borbón abandona el Palacio de La Zarzuela y se va a vivir fuera de España, comunicada un lunes de agosto por la Casa Real con un comunicado de un folio, podría definirse como otro cortafuegos con el que intentar que el escándalo no salpique a Felipe VI si no fuera porque la expresión ha perdido ya todo valor.
Recordemos que el primero se levantó para aislar a la Casa Real del resultado de la investigación y condena de Iñaki Urdangarin. Al segundo, algunos lo llamaron el último cortafuegos al eliminarse la partida económica que recibía el anterior monarca –AKA rey emérito– y ahora llega el tercero. No es demasiado aventurado sospechar que este también se verá desbordado por las llamas que obligarán a tomar nuevas decisiones al calor de los acontecimientos.
Juan Carlos de Borbón no reconoce en el comunicado ningún error ni actos impropios de su cargo. Mucho menos pide perdón por los hechos conocidos gracias a investigaciones producidas en el extranjero e informaciones de los medios de comunicación. Ni siquiera se encuentra una mención al desprestigio que su conducta ha causado en la imagen de la Casa Real.
Esta ausencia no es extraña, y probablemente ha sido aconsejada por sus abogados, teniendo en cuenta que se trata de una persona acusada de haber cometido graves delitos. Al mismo tiempo, queda claro hasta qué punto definir como “ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada” revela que ya sólo se trata de salvar el pellejo y que sean otros los que se ocupen de encontrar una salida para esta gravísima crisis institucional.
No lo están haciendo con mucha transparencia. La Casa Real ha cerrado el asunto con un comunicado en el que las palabras de Felipe VI quedan circunscritas a un simple párrafo. Cualquiera diría que han dado por perdida la batalla de la opinión pública. Como dice el historiador Ángel Viñas en una entrevista a este diario:
“Es imprescindible que la Casa Real deje de refugiarse tras un velo de secretismo que no tiene comparación con ninguna monarquía europea”. Y eso que en ninguna monarquía de Europa Occidental han descubierto que el anterior Jefe del Estado estaba dedicado al blanqueo de dinero.
Una de las pocas oportunidades que ha habido para conocer lo que piensa el anterior rey confirmó que no se puede esperar que asuma las consecuencias de sus actos. En un artículo de julio que citaba a personas de su “entorno próximo”, estaba claro que se sentía indefenso y que no parecía admitir ninguna culpa: “Personas de su estrecha confianza con las que ha contactado este periódico hablan del ‘profundo malestar’, la ‘decepción’ y sobre todo la ‘impotencia’ que atenazan al rey emérito”.
Había terminado confundiendo al Estado con su persona y por eso consideraba que una donación multimillonaria recibida por ser el rey de España –negaba que procediera del pago de comisiones– debía tener como destino su lucro personal y de sus amantes. Libre de impuestos.
Ante otro cortafuegos que salta por los aires, la reacción del PSOE, el PP y Ciudadanos ha sido la de siempre, como si la tuvieran guardada en el ordenador para la siguiente embestida. En primer lugar, no se entra en detalle en los hechos conocidos porque son demasiado vergonzosos. Después, se elogia a Felipe VI dando por hecho que la última decisión es gracias a él (la Casa Real tardó un año en retirar a Juan Carlos la asignación tras conocer la estructura financiera ilegal que se había montado en Suiza y que tenía a Felipe VI como beneficiario).
Finalmente, se da por hecho que todo irá bien a partir de ahora. “Esta decisión fortalece la institución”, dijeron el lunes fuentes del Gobierno. Otra más como esta y la institución va a quedar tan fortalecida que no van a sobrevivir ni los cimientos.
Los que pensaban que la abdicación solucionaría los problemas de la legitimidad de la monarquía se han visto superados por los acontecimientos que habían quedado ocultos durante años por su propia decisión de mirar para otro lado.
En ninguna de esas reacciones se aprecia la paradoja de ignorar que los reyes llegan al trono por ser hijos de alguien. Su conducta termina favoreciendo o dañando a toda la institución. Isabel II y Alfonso XIII se enteraron demasiado tarde de ese hecho que cuenta con múltiples ejemplos en la historia.